Reproducimos en este post una completa síntesis de la doctrina cristiana acerca del Sacramento de la Confesión. Y adjuntamos un enlace a un texto que puede ayudar a hacer el examen de conciencia.
La Confesión es el Sacramento instituido por Jesucristo para el perdón de los pecados cometidos tras el Bautismo. A través de los Sacramentos Cristo continúa su ministerio de curación y redención en la Iglesia.
La Confesión es un Sacramento que se conoce por muchos nombres: Lo llamamos el Sacramento de la Reconciliación porque es el medio que Cristo nos dejó para reconciliarnos con Dios y con su Iglesia. Es el Sacramento de la Penitencia, ya que implica una vuelta a Dios y un alejamiento de nuestro egoísmo.
Lo llamamos Confesión porque en este Sacramento «confesamos» o «declaramos» nuestros pecados. También es llamado, apropiadamente, el Sacramento del Perdón y la Paz, en el que Dios hace lo que nosotros no podemos hacer: perdonar nuestros pecados y llenar nuestras almas de paz.
¿No basta con pedir perdón a Dios por los propios pecados sin tener que confesarse?
Cada uno de nosotros puede y debe pedir perdón a Dios en todo momento, particularmente después de haber cometido un pecado mortal, antes de irse a dormir por la noche, o al inicio de la celebración de la Santa Misa. Pero Dios nos perdona algunos pecados -los pecados mortales- cuando nos acercamos arrepentidos al sacramento de la Confesión, querido e instituido por su Hijo Jesucristo.
Por otra parte, siendo Dios el que perdona, Él tiene el derecho de indicarnos el modo a través del cual Él nos concede su perdón. Ciertamente el pecado no es perdonado si no hay arrepentimiento personal, pero en el orden actual de la Providencia, la remisión está subordinada al cumplimiento de la voluntad positiva de Cristo, que ha vinculado la remisión de los pecados al ministerio eclesial o, al menos, a la voluntad de recurrir a él lo más pronto posible, cuando no exista la posibilidad inmediata de la confesión sacramental.
¿Qué es un pecado?
Pecar es ir contra la Ley de Dios mediante el pensamiento, la palabra, las obras o las omisiones. La ley de Dios está resumida por Jesús en amar a Dios por encima de todas las cosas y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. La gravedad de un pecado no depende de lo mal que nos sintamos sobre algo que hemos podido hacer. Algunas personas se sienten muy mal por las cosas más insignificantes. Otras en cambio son capaces de cometer los mayores crímenes y no sentir nada o muy poco arrepentimiento.
Algunos pecados que cometemos son relativamente menores. A estos los llamamos pecados veniales. Sería muy difícil confesarnos de todos los pecados menores que podemos cometer, sin embargo es bueno para nosotros mencionar algunos en la Confesión, especialmente aquellos que representen un área que nos cuesta más vivir.
Otros pecados son más serios o graves. A veces son llamados pecados mortales. Cuando nos referimos a un pecado como grave o serio nos estamos centrando en la ofensa objetiva que hacemos a Dios. Cuando nos referimos a un pecado como mortal nos estamos centrando en el daño que hacen esos pecados en nuestra relación con Dios.
Estamos obligados a mencionar en la Confesión cada pecado mortal de los que tengamos conciencia haber cometido, incluyendo en la medida de lo posible, el número de ocasiones en que lo hayamos hecho. No podemos recibir la Santa Comunión hasta que no hayamos pedido perdón por tales pecados.
¿Cuándo cometo un pecado mortal?
Ante todo la ofensa debe ser grave. En otras palabras, debe violar directamente cualquiera de los diez mandamientos o uno de los preceptos de la Iglesia. Los pecados descritos por la Iglesia como «graves» o «serios» son pecados mortales si se cumplen las dos siguientes condiciones:
Debemos saber que estamos cometiendo un pecado mortal. Si no nos damos cuenta de que algo era pecaminoso -y pecado grave-, objetivamente seguimos ofendiendo a Dios (por lo que todavía es bueno confesarse de ello), aunque subjetivamente, no somos culpables, por tanto no estamos en pecado mortal. El crecimiento en santidad lleva consigo el deseo de formar nuestras conciencias de tal forma que seamos capaces de saber qué ofende gravemente a Dios, por amor a Él.
Debe haber consentimiento pleno de realizar la acción. Si hacemos algo por error o equivocación, puede que hayamos sido negligentes pero no somos culpables de haber cometido un pecado mortal.
El perdón de los pecados es una parte importante de la profesión de fe cristiana. Isaías profetizó «Si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos» (Is. 1:18). Juan el Bautista preparó a la gente a la venida de Jesús exhortándoles a confesar sus pecados y a experimentar una limpieza simbólica en el río Jordán -la palabra Bautismo viene del griego «limpiar»-.
Jesús, Dios hecho hombre, a través de su vida, muerte y resurrección trajo la reconciliación entre Dios y los hombres. Después de la resurrección, sopló sobre sus apóstoles y les dio el poder de perdonar los pecados «Aquellos a los que les perdonéis los pecados les quedarán perdonados, a los que se los retengáis les quedarán retenidos» (Jn. 20:23).
¿Por qué instituyó Cristo el Sacramento del Perdón?
A veces las personas no dan mucha importancia a la gravedad de sus acciones, erróneamente suponen que Dios les perdonará incluso sin arrepentimiento. Otras personas están abrumadas por un sentimiento de culpa por lo que han hecho y a menudo les cuesta creer que puedan ser perdonadas. Nosotros no podemos perdonarnos a nosotros mismos. Solo aquél al que ofendemos puede perdonarnos. En la Confesión Dios actúa para absolvernos de aquellos pecados que cometemos tras el Bautismo. Porque es un acto de Dios, un sacramento, con el cual podemos saber con certeza que nuestros pecados han sido perdonados y nuestra relación con Dios ha quedado restaurada.
¿No es la Confesión una excusa para cometer pecados?
El Sacramento de la Confesión lo instituyó Cristo para ayudarnos a ser más santos. Aunque hemos sido bautizados aún sufrimos los efectos de debilidad del pecados original. San Pablo expresó esto cuando dijo «No hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero» (Rm. 7:15).
¿Qué se necesita para que la Confesión sea válida?
Tiene que haber pecados que confesar.
Tiene que haber una conversión o arrepentimiento por el pecado.
Tiene que haber una firme intención de cambio de vida con la ayuda de Dios.
¿Cómo hacer una buena confesión?
Ante todo se prepara la celebración del sacramento con momentos de oración.
Después es necesario hacer un examen de conciencia, confrontándonos con el ejemplo y las palabras de Cristo. Es conveniente leer un pasaje de la Sagrada Escritura.
A la luz de todo lo que Dios ha hecho por nosotros, se reconocen los propios pecados, pidiendo perdón a Dios y comprometiéndonos a cambiar de vida.
Nos acercamos después al sacerdote, diciendo, en primer lugar, el tiempo que ha transcurrido desde nuestra última confesión y concluyendo que se tienen la intención de confesarse también por los pecados que no se recuerda y aquellos del pasado.
Se confiesan los propios pecados.
Se escuchan las palabras del sacerdote.
Se acepta la penitencia que es impuesta.
Se manifiesta el propio arrepentimiento, motivado sobre todo por el amor a Dios.
Se recita el acto de contrición u otra fórmula semejante.
Se recibe con fe la absolución: “Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”.
Se agradece al Señor del don sacramental recibido, renovando el propio compromiso de conversión.
¿Está siempre obligado el confesor a guardar el secreto?
Ciertamente, el confesor está obligado a guardar siempre el secreto de confesión, sin ninguna excepción, y bajo penas muy severas. Él confesor debe mantener el secreto absoluto de los pecados confesados de los penitentes, aún cuando eso le cueste la vida.
¿Todos pueden recibir la absolución?
En todo caso, el pecado grave no es perdonado si no existe el arrepentimiento personal y el propósito de enmienda.
Algunos pecados particularmente graves, penados con la excomunión, pueden ser absueltos sólo por el Papa o por el Obispo.
En caso de peligro de muerte, cualquier sacerdote puede absolver cualquier pecado o excomunión.
La Confesión en la vida cristiana
El principal efecto de la Confesión es la reconciliación con Dios y con la Iglesia. La vida de gracia es restaurada en aquellos que la habían perdido por haberse alejado deliberadamente de Dios mediante pecado mortal.
Debemos acudir a la Confesión a menudo ya que con este Sacramento no sólo se nos perdonan los pecados, se nos da también la gracia de Dios que nos cura y fortalece por dentro, con el fin de santificarnos para llevar a cabo esa vocación a la que hemos sido llamados.
Los católicos tienen la obligación de confesar sus pecados al menos una vez al año, pero en general se suele hacer uso de este maravilloso canal de gracia mensualmente o incluso quincenalmente. Es un buen hábito a desarrollar y los frutos son graduales pero seguros.
En el caso de un pecado mortal, debemos confesarnos inmediatamente después de haber cometido un pecado mortal, a fin de obtener inmediatamente el perdón y evitar la posibilidad del infierno en caso de muerte. Si no es posible confesarse inmediatamente por falta de un sacerdote, al menos se debe pedir perdón a Dios por el pecado cometido y buscar la confesión sacramental lo más pronto posible.
La confesión individual e íntegra y la absolución constituyen el único modo ordinario con el cual el fiel, consciente del pecado cometido, es reconciliado con Dios y con la Iglesia.
Ayuda para hacer un buen examen de conciencia