lunes, 29 de octubre de 2012

El quinto evangelio





"Nueva evangelización: no se trata tanto de hablar y hablar, cuanto de hacer presente a Dios en el corazón de los hombres de hoy. Se trata de mostrarles que Cristo sigue aún vivo entre nosotros; para ello, los primeros que tenemos que tener esa experiencia hemos de ser nosotros, los cristianos del siglo XXI. Ése sería el quinto evangelio que a los cristianos de hoy nos toca escribir, y que sin duda sería bien acogido por los hombres de nuestro tiempo.

Del hombre actual se ha dicho que es un descreído, relativista, materialista, consumista; hedonista...; lo que no se ha dicho es que también es muy perspicaz, que de largo distingue lo que es auténtico de lo que no lo es, y esto hay que tenerlo muy en cuenta al tratar de testimoniar algo.

La prueba la tenemos en la última experiencia acaecida en Marsella: el padre Michel Marie Zanotti Sorkine, que hoy es conocido ya como el nuevo cura de Ars. Este joven párroco está protagonizando una hermosa experiencia aleccionadora; a petición propia, se hizo cargo de una iglesia en Marsella que iba a ser cerrada por falta de fieles, y he aquí que en breve tiempo todo ha cambiado: de tener 50 feligreses ha pasado a 700, las conversiones son constantes y van a más."

Ángel Gutiérrez Sanz


jueves, 25 de octubre de 2012

El centro del mundo




"Acompañando al Pontífice en los viajes apos­tó­licos, du­rante los largos tra­yectos con fre­cuencia me pre­gun­taba a mí mismo: ¿Dónde está el centro del mundo? Poco a poco co­mencé a darme cuenta de que el centro del mundo era siempre donde yo me en­con­traba con el Papa: no porque es­taba con Juan Pablo II, sino porque él oraba don­de­quiera que se en­con­traba.

Comprendí que el centro del mundo es donde yo rezo, donde yo estoy con Dios, en la más íntima unión que hay: la ora­ción. Estoy en el centro del mundo cuando ca­mino en la pre­sencia de Dios, cuando en él vivo, me muevo y existo (cf. Hch 17, 28). El lugar y el tiempo de mi ora­ción cons­ti­tuyen para mí el centro del mundo, porque cuando rezo Dios res­pira dentro de mí.

El Papa per­mitió a Dios res­pirar a través de él: cada día pa­saba mucho tiempo ante el Sagrario. El Santísimo Sacramento era el sol que ilu­mi­naba su vida. Y él ante ese sol iba a ca­len­tarse con la luz de Dios. Y siempre tenía entre sus dedos el ro­sario, con el que se di­rigía a María con­fir­mando su Totus tuus."

Mons. Konrad Krajewski


Testimonio sobre la santidad del Papa Juan Pablo II, publicado en L’Osservatore Romano (3 de abril de 2011)

Versión íntegra en castellano


lunes, 22 de octubre de 2012

¿Dónde está realmente Jesucristo?




Hace algún tiempo escuché este sucedido:

Un niño con algunas deficiencias intelectuales había seguido la preparación para la Primera Comunión y sus padres deseaban que pudiese recibirla pronto. El párroco, dudaba. Quizá no estaba seguro de que el chaval cumplía el requisito básico para acercarse al Sacramento: ser capaz de discernir entre la Eucaristía y el pan ordinario y creer en la Presencia Real de Jesucristo bajo las apariencias del pan y del vino.

Le llevó al presbiterio de la iglesia y, mirando al altar, le preguntó:

- ¿Dónde está Jesucristo realmente?

El chico, tras pararse un poco a pensar, respondió:

- Mire, parece que está en ése Crucifijo tan grande... pero no está ahí. Es en el Sagrario de debajo en donde está verdaderamente, aunque parece que no está.

El párroco quedó asombrado.

Y yo también; por eso lo recuerdo todavía y se lo cuento a ustedes.


sábado, 20 de octubre de 2012

La juventud del Papa




"Al recordar mi juventud, veo que, en realidad, la estabilidad y la seguridad no son las cuestiones que más ocupan la mente de los jóvenes. Sí, la cuestión del lugar de trabajo, y con ello la de tener el porvenir asegurado, es un problema grande y apremiante, pero al mismo tiempo la juventud sigue siendo la edad en la que se busca una vida más grande. 

Al pensar en mis años de entonces, sencillamente, no queríamos perdernos en la mediocridad de la vida aburguesada. Queríamos lo que era grande, nuevo. Queríamos encontrar la vida misma en su inmensidad y belleza. Pero creo que, en cierto sentido, este impulso de ir más allá de lo habitual está en cada generación. 


Desear algo más que la cotidianidad regular de un empleo seguro y sentir el anhelo de lo que es realmente grande forma parte del ser joven. ¿Se trata sólo de un sueño vacío que se desvanece cuando uno se hace adulto? No, el hombre en verdad está creado para lo que es grande, para el infinito. Cualquier otra cosa es insuficiente. San Agustín tenía razón: nuestro corazón está inquieto, hasta que no descansa en Ti. 


El deseo de la vida más grande es un signo de que Él nos ha creado, de que llevamos su huella. Dios es vida, y cada criatura tiende a la vida; en un modo único y especial, la persona humana, hecha a imagen de Dios, aspira al amor, a la alegría y a la paz. 


Entonces comprendemos que es un contrasentido pretender eliminar a Dios para que el hombre viva. Dios es la fuente de la vida; eliminarlo equivale a separarse de esta fuente e, inevitablemente, privarse de la plenitud y la alegría: sin el Creador la criatura se diluye (Con. Ecum. Vaticano. II, Const. Gaudium et Spes, 36)"


Benedicto XVI

Mensaje del Papa para la JMJ de Madrid


martes, 16 de octubre de 2012

Una clara norma de conducta



"Una vez que se juzga a un sacerdote o a un obispo, todo lo que ese sacerdote u obispo digan será tamizado por el juicio crítico de quienes deberían aprender de ellos. La autoridad del maestro, ya desmoronada, habrá cedido ante la autoridad de la propia soberbia de quien se cree poseedor de la razón. Y alguien que se cree “poseedor de la razón” ya nada puede aprender. 

En tiempos de San Francisco de Asís, el clero secular estaba fuertemente corrompido. Muchos sacerdotes vivían en compañía de su barragana y sus hijos; gran parte de ellos eran ignorantes, y apenas conocían el latín necesario para celebrar malamente la Misa. Otros eran ladrones, comilones y bebedores, y así habían perdido el prestigio y la autoridad ante los fieles. 


Cuando Francisco de Asís entraba en un pueblo, buscaba al párroco y, ante todos los vecinos, besaba sus manos y sus pies. De este modo les gritaba que aquel hombre, fuera cual fuese su conducta, era otro Cristo, y debía ser tratado y escuchado como tal. Jamás puso en evidencia los pecados de ningún sacerdote, sabiendo que no le correspondía a él, sino al obispo, realizar semejante tarea."

José-Fernando Rey Ballesteros

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